domingo, 3 de junio de 2012

San Isidro. Lo que me queda.


Una Feria más.
Tantas tardes sobre la piedra venteña me han dejado muy poco bueno. No será una feria para el recuerdo, al menos para el buen recuerdo, y  cuando no hay poso no es preciso decantar.
Pero como algo siempre queda, aunque sea escaso, voy a hacer una búsqueda  rápida  en mi memoria reciente a ver qué me ha quedado.
Sin orden ni concierto.

Me queda el arrojo de Fandiño en la de la Prensa y una buena faena a “Mulillero”, el de Adolfo.
Me quedan algunos buenos lances de Castella, no me molesta lo más mínimo decirlo, al contrario. Me queda también del francés su aguante torero ignorando  el boquete que le hizo el de Guadalix.

Detalles de Morenito de Aranda.

Me queda un Gómez del Pilar en su sitio, con la madurez que no le dan los contratos, que vino a cara o cruz y le salió cara. Y yo me alegro.

Y dos (dos) verónicas de Morante.

Me queda algún pase de pecho de El Cid.
Y mucho aburrimiento, y faenas largas, vacías, sin contenido, y avisos, y toros que nunca debieron ser siquiera reseñados. Y tantos toros sin casta, sin bravura y sin fuerzas.

También me queda ese torero menudo (¡menudo torero!) que es Fernando Robleño y su forma de entender a algún cárdeno difícil de entender.
Me queda también el sabor clásico del toreo de Javier Castaño y, gracias a su generosidad y a su concepto de la lidia, un buen tercio de varas de Tito Sandoval a un mansote de Carriquiri.

Y la brega torera de Otero ante el desfase de Aparicio. Y algunos buenos toreros de plata más, como Adalid, Javier Ambel, Fernando Galindo, Curro Javier…

Me queda uno de Alcurrucén (“Fiscal”) y otro de Ibán. Y dos novillos de Guadaira.

Y me quedan, en un primer plano muy nítido, los de Cuadri, que sin redondear el encierro, y esta vez con sus “peros”, quedan tan cerca de lo que uno siempre ha pensado que debe ser un toro bravo.

Y la estampa de lámina de algún “Escolar”, o incluso de algún “Adolfo”. Que se note mi debilidad por lo cárdeno.

Y me quedan los cubatas (nacional) a siete cincuenta, y los pasodobles de la banda de música. Va por usted, D. Francisco.

Me quedan los comentarios, los chascarrillos y sucedidos de mis vecinos y compañeros de tardes.
Y un cierto dolor de espalda.

Y a otra cosa…
La Beneficencia espera, y uno acudirá, como siempre, a la corrida del siglo, a la faena soñada, y a la tarde inolvidable.
Luego, a lo peor, la historia se repetirá y la Empresa, la Presidencia, los actuantes o el ganao, se encargarán de bajarnos de las gradas y andanadas y devolvernos a la cruda realidad.
O a lo mejor esta vez no.

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